Relatos

Quién le pone el título? (I)

Entré en casa y divisé la forma de tu cuerpo a través del cristal, estabas allí, sentado junto a la mesa redonda, esa en la que siempre escribías, esa que conocía todo de ti, lo escrito, lo no escrito, y lo que te quedaba por escribir...

Moví las llaves, como siempre para que te percataras de mi presencia, y así me dijeras esas palabras tan dulces que siempre tenías para mí:

“Buenas noches princesa”...

Oír estas palabras era una vitamina , una medicina para mi espíritu... En segundos estas palabras, a pesar del cansancio que llevase, mitigaban todo lo malo que pudiera pasar a mi cuerpo y sonreía... Sonrisa producto no sé ya bien, si de las palabras que me dedicabas en si, o de ser tú el productor de las mismas, en cualquier caso la sonrisa salía...

Siempre me adentraba en la habitación, te levantabas y me dabas ese dulce beso que igualmente te correspondía... Pero hoy, no estaban tus palabras, ni mi sonrisa, no escuché tu silla, no oí el ruido chirrioso que hacías al despegarla de esa mesa redonda, por el que algunas veces me ponía de mal humor contigo, sólo por fastidiarte, dicho sea de paso, no se avecinó la sombra de tu cuerpo para acercarte a mí... Algo no iba bien...


Quién le pone el título? (II)


No encendí la luz, caminé despacio por el comedor, quise hacer tiempo, quizás estabas ocupado haciendo algo... intentaba alargar los segundos para oír esa silla, pero a medida que me acercaba a la puerta corredera del salón, más se alejaba de mi pensamiento la idea de oír ese sonido estridente, se me hizo inmenso el camino, sentí el pulso acelerado, sentí mis propios pasos desandados, como si fuesen losas de piedra que cayeran en estruendo ruido, al unísono de los latidos de mi corazón, mi garganta seca, la angustia e incertidumbre se apoderó de mí...

La puerta corredera, como siempre a la mitad, con minucioso cuidado abrí la otra hoja, y allí estabas tú... de espaldas, sentado, con tus manos apoyadas en la frente, sin mediar palabra alguna me acerqué a ti, como si no hubiese extrañado nada, como si se hubiese cumplido todo ese ritual que me daba la vida, que me hacía sentir tan bien al regresar a casa y te dí un dulce beso en el cuello, “Buenas noches mi ternura” te dije al oído...

Tú no dijiste nada, no sabía qué pensar, sin duda algo no andaba bien, me preguntaba por dentro:

“¿dónde están esas palabras para mí?, ¿dónde están mis: “Buenas noches princesa”?

Sentía miedo de decir cualquier cosa inoportuna que rompiera ese silencio, silencio que me quemaba, pero que al mismo tiempo no quería ser la boca que lo diese por terminado.

Así que despacio me senté en una de esas sillas de madera que tantas vueltas dimos para encontrar, la de tiendas que visitamos para ver justo las que nos gustaran, pero nada... y un día en el que ya ni pensábamos en ello, estando de viaje por uno de esos pueblitos de montaña, a los que tanto nos encantaba ir, las vimos en el porche de un señor artesano que trabajaba la madera con sus propias manos, sencillas, cómodas, justo lo que buscábamos.

Me senté a tu lado, y acercando mi mano derecha a tu frente, alejé algunos de tus cabellos que se entremezclaban con los dedos de tus manos sujetándola.

Tú impasible, me giré un segundo para recomponer mi postura en la silla, cuando me percaté de que en el suelo tenías el móvil, batería fuera de sitio, me alarmé. Indudablemente alguna noticia te había llegado...


Quién le pone el título? (III)


Silencio, siguió el silencio, lo que tus manos dejaban ver de tu cara, reflejaba la misma tristeza de cuando años atrás te derrumbaste...

Tenía muchísimo miedo, no sabía si salir corriendo, huir para no saber lo que pasaba, o quedarme allí, sentada, esperando que de tu boca saliera algún vocablo...

Respiré profundamente y me dije: “Quédate, te necesita...”

“Buenas noches princesa”. Tus palabras para mí, al fin...

Pero tu tono de voz, rasgado, triste, me embargó de amargura, a pesar de no estar bien, me habías traído estas tres palabras, conservando aún tus manos en la frente, sin poder ver claramente tu rostro. Una lágrima se deslizó por tus pómulos, abriéndose paso entre tus mejillas, hasta terminar en tu barbilla y caer... Al ver ésto me acerqué a ti y rompiste en sollozos cómo un niño, te abracé, bebí tus lágrimas con mis besos y te aferraste a mi cuerpo en ademán de querer fundirte con él.

Durante varios minutos permanecimos abrazados, no sentí nada alrededor, no había nadie, ni nada que pudiese romper ese momento, a pesar de la angustia interna, que me invadía, me dejé llevar, dejé que mi cuerpo sintiera tu calor, dejé que mi calor invadiera tu cuerpo, y como uno solo sentí que fuese lo que fuese que pasara, siempre recordaría la magia de ese abrazo, de este momento...

Mi ternura, mi vida...

En este abrazo mi mente se fue con el tiempo, viajó tres años atrás, semejante abrazo, semejante momento, distinta sensación...

Oí el teléfono, no puede cogerlo porque estaba conduciendo, pasados unos veinte minutos me paré en un área de servicio de la autovía, “¡vaya! Número desconocido” con la suerte que siempre me acompaña, pensé que si reanudaba la marcha era el momento en el que de seguro me volvían a llamar, así que decidí dar un poco de tiempo a quien fuese que llamase, mientras me tomaba un café.

Entré en el bar del área de servicio, ambiente tranquilo, pedí un café con leche, me lo llevé hacia la mesa más cercana a fin de no quemarme las manos, el camarero se tomó muy a pecho el “bien calentito, por favor” que le dije, generalmente en este área los cafés son del tipo: “bébeme, paga y vete”, yo en ese momento no tenía ninguna prisa, saqué el móvil y lo dejé encima de la mesa.

Miré un poco la gente que se encontraba sentada a mi alrededor, me imaginé ser una directora de cine, la escena era algo peculiar...

(Continuará...)


Cargado de sueños...


Mirabas la lista que te habías fabricado el día anterior, repasabas minuciosamente todo, al detalle... A ver: ropa de interior, bolsa de aseo (cepillo dientes, pasta dentrífica, peine, espuma para el cabello, algunas pinturas, crema hidratante...), dos bikinis, protector solar, ropa cómoda: tres camisetas, un pantalón corto, un vestido fresquito, una blusa, un pantalón largo... y ese vestido rojo tan espectacular para grandes ocasiones... Nada más, total sólo van a ser cuatro días y tres noches, el sábado por la tarde estaré en casa... Además ¿qué es lo importante? ¿quién no debe faltar? Yo... te repetías mentalmente, y tenías muchísima razón, la razón de ese viaje no era otra que tú, después de cinco meses de infinitas charlas por chat, de infinitas horas al teléfono estaba a unas escasas horas el momento del motivo de ese viaje... Así que sin pensar más, cerraste la maleta, saliste del dormitorio, te miraste sonriendo dulcemente al espejo de la entrada y cerraste la puerta de casa.Abajo te esperaba ya el taxi, bien no debías esperar, menos mal, no soportabas “perder” el tiempo... al aeropuerto!Camino de tu destino, suena el móvil... Se te ilumina la cara, él... “acabo de tomar el taxi encanto, todo bien, a ver si ahora me haces esperar... que tú eres muy capaz..” risas de complicidad... “va venga corta ya que en poco me podrás contar todo lo que quieras a la cara... jajajajaja a ver si te atreves..”Cuelgas el teléfono, estás cerca de tu destino, empiezas a ponerte algo nerviosa, siempre te pasa cuando viajas... Para el taxi, desciendes, coges tu maleta y caminando hacia el check-in sueñas:“Al fin podré mirarte a los ojos, clavar tu mirada en mi mirada, al fin podré abrazarte, sentir tus manos, besarte... al fin”Pero tus pensamientos se quedaron sólo en eso... sueños... Pensamientos cargados de sueños que nunca llegarían a ver la luz...

(A todos aquellos que “perdieron” parte de sus sueños hoy... )



(20/08/08)

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